lunes, 23 de junio de 2014

¿Qué es un Maracanazo, Mamá?

Fue mi pregunta, allá por mil novecientos noventa y cuatro, cuando vi que en una tremenda ceremonia de clausura, le hacían entrar a la cancha de la mano de una tal Whitney Houston a un tal Obdulio Varela, que según decían los periodistas, era también conocido como “El Negro Jefe”, quien, como el prócer de la patria de la que soy oriundo, también tenía una frase célebre donde decía “Los de Afuera son de Palo”. Y mi vieja, que además, atípica, es loca por los deportes, se encargó de explicarme todo con lujo de detalles.

Me dijo que Brasil venía de ganar por afano todos los partidos, que no había en el mundo un rival que diera con la talla de Brasil, que tenían a una selección de magos del fútbol, y que Uruguay no. Que Uruguay venía con problemas de huelgas en el futbol local, a lo que le sumó la explicación de, lo qué es una huelga, que Uruguay era un equipo de sacrificados, que no venía bien, que tenía todas en contra, y que además, el campeonato mundial de aquel año, era en Brasil. ¿Entonces? lo ganó Brasil, -dije, porque era de naturaleza imaginarme eso en la cabeza de un niño con mis nueve años. Y no, me alegró saber que el Mundial de 1950, lo había ganado Uruguay, en el estadio de Maracaná, y dado que el mundial entero estaba preparado para que lo ganase Brasil, si hasta los discursos estaban en portugués, las partituras del himno nacional Uruguayo no había sido impresas para la sinfónica, los diarios ya estaban impresos con la frase “Brasil Campeón”, a Brasil le alcanzaba con empatar para hacerse con el título, y el país entero tomó esa derrota como un buen baldazo de agua fría en Enero y en Alaska, como una bomba atómica nazi en medio de una ciudad llena de negros y judíos, y como Uruguay parecía no existir como rival de Brasil, se le adjudicó el mote de Maracanazo, por lo hazañoso, por lo imposible.


Y me quiero detener en lo imposible. Desde que más o menos nacemos, desde que más o menos nos terminan de contar lo que es un Maracanazo, para mi, la palabra imposible es sinónimo de dar más, es tomada como desafío a medida de uno. Es tomada como una tentación, como la manzana prohibida que uno debería evitar, que cualquiera de nosotros deberíamos escaparle, olvidarnos del sueño, no quedar pegados, no hay necesidad. Pero al contrario de lo que le pasara a un Argentino, a un Chileno, a un Brasilero, a un Croata, a un Belga, a mí, un Uruguayo de a pié, me pasa acordarme de nuestro Maracanazo, y las difíciles, y/o imposibles me gustan más, a mí y a todos, nos gusta más ir a jugar contra Brasil para tratar de pellizcarle un gol y saber que nos podemos comer cinco goles, y comernos los cinco goles, que jugar contra Bolivia y ganarles 5-0 en la altura de La Paz.


La palabra imposible no parece tener el mismo efecto en un Uruguayo que en un Italiano, por qué todos quieren su Maracanazo, pero no crecen con eso como propio, no tienen arraigados en sus genes la rusticidad de ganar sin ser el favorito siempre, pegando cuando hay que pegar, pasándola rasposa por canchas de balastro, o en muy contadas ocasiones, derramando destellos de calidad, clavándole la pelota al golero rival, en el sitio menos esperado, por ese lugar que nunca podía entrar, pero nosotros la hacemos entrar.


Claro que no somos el aljibe de la victoria, no todo son sabores dulces, hemos bebido del yacimiento petrolero de la derrota, una y otra y otra vez, pero somos ese niño rebelde entre dos gigantes, el nene chico caprichoso que tiene su impronta indiscutida, nos hacemos los dueños de la pelota y ellos juegan hasta que nosotros queremos, y cuando nosotros no queremos que sigan jugando, les metemos por delante del ballet, una “garra charrúa” que sin tener indígenas autóctonos, o por avergonzarnos de la forma en que los erradicamos, la hacemos aparecer cuando ya no hay recursos técnico-tácticos para superarlos.


Porque la palabra imposible, realmente para muy pocas personas deriva en grandeza. Porque nos criamos desafiando al imposible de cada día y bien temprano, porque vivimos en crisis y nos gusta creernos filósofos y directores técnicos a la vez, porque además somos de los pocos que sabemos, que en el futbol las cosas no están definidas antes de tiempo, y que el poder del mundo no puede presionarnos cuando la pelota rueda, porque la mística existe y aparece cuando tiene que aparecer.


Imposible es que una persona con millones de dólares en su cuenta bancaria tenga ganas de venir a jugar por un país tercermundista en condiciones de entrenamiento de subdesarrollo, país que no le ha dado más nada que historias de hazañas, es imposible que millonarios quieran entrar al límite de sus condiciones físicas a la cancha, hacer goles y llorar mientras besan la camiseta. Imposible es que nenes bien se mezclen con negros del bajo fondo y todos remen por la misma causa en un mar de Dulce de Leche constante e incansablemente. Imposible es que un país subdesarrollado le pare en seco y le raspe la cara a una potencia del primer mundo y ésta no tenga armas para defenderse. Imposible es que un negrito de un metro cincuenta salte más que un rubio de metro ochenta, que un negro te parta un rodillazo en la cara y no quedes inconsciente por media hora, que te caigas de cabeza al piso y te levantes a seguir raspando, que un petizo de poco peso te tranque con la cabeza en la mitad de la cancha, que te haga llorar un himno, que te cambie la vida un partido de fútbol. Imposible es que tengas ganas de ganar solo por la gloria.


Es que, justamente, la gloria, no se compra con euros.


Imposible era un Maracanazo.


Imposible está Uruguay.