jueves, 24 de abril de 2014

De vida o muerte

<<Calma>> se dijo a si mismo, perdían por seis puntos en un partido que no se estaba dando nada sencillo de remontar, <<todo el puto partido perdiendo>> se repetía constantemente, la transpiración caía por su cara, no le hacía cosquillas, le ardían los ojos gracias a la sal que acompañaba el sudor que lentamente se colaba por sus pestañas, directo a nublarle la vista.

La bocina anunciaba el minuto de tiempo pedido por el entrenador, con la manga de su musculosa se secó los ojos, pidió una toalla para secarse las manos, todo en él era transpiración, tomó una cantimplora que se echó en la cabeza mientras llegaba al banco de suplentes y se tiró rendido contra el respaldo a la espera de un milagro.

El director técnico comenzó a gritarles las posiciones que no estaban cumpliendo, los movimientos que no estaban realizando y los tiros poco francos que tomaban por acelerarse, por pretender convertir un gol que valiese veinte puntos, tenía la planilla y todos le miraban atentos intentando descifrar las lineas que querían armar una jugada, las letras todas mal escritas y a velocidad suponían un ataque infalible, pero el cansancio físico que llevaban al minuto tres del último cuarto, era tan grande, era tan cansancio, que ya conspiraba contra la atención que le ponían a las indicaciones.

A Diego lo que más le preocupaba era la flojera mental que estaba teniendo todo su equipo y principalmente él, parecía no poder sobreponerse psicológicamente a un rival que no aparentaba estar cansado, y que además jugaba los ataques con tranquilidad, generando más y más desesperación. Lo que más le preocupaba, era eso, no sobreponerse mentalmente, cuando competían también contra el tiempo.

El cuadro rival llegaba invicto, imbatible, una mole de cemento defensiva a la que solamente podían flanquear aquellos más atrevidos, aquellos que no tuvieran nada que perder, trabajaban igual que un misil teledirigido al corazón del aro, tenían a todos los goleadores, eran los primeros en la liga, eran los mejores. <<"inganables">> fue lo que pensó Santiago. El equipo rival venía entero, había tenido dos semanas de descanso después del último partido de playoffs, y además eran los candidatos para salir campeones desde el día en que comenzó la liga.

El cuadro de Diego había jugado cinco partidos en octavos de final, cinco partidos en cuartos, ya para la semifinal habían llegado desgastados físicamente, y la animosidad al saber que se enfrentaban con los favoritos era oscilante, algunos estaban contentos por poder demostrar la calidad que podían dar, y otros, los menos, temerosos por comerse una paliza.

Hasta ese partido, la serie semi-final la llevaban 2-2, debían ganar. Les quedaban siete minutos para demostrar que no habían sido pura casualidad las dos victorias seguidas anteriores. Les quedaban siete minutos más de pura entrega, para demostrarse a si mismos que ellos podían, que ellos eran capaces de derrotar al equipo favorito de todos los especializados en básquetbol.

La cenicienta del torneo, el equipo gasolero, el que se va a pinchar, el que no tiene jugadores con experiencia en el levantamiento de copas, ése cuadrito de barrio que hacía más de diez años que no pisaba una definición de un torneo, ahora estaba nuevamente entre los cuatro mejores, y apretaba los dientes para intentar clasificar a la final.

Diego secó sus manos con una toalla que ya no tenía centímetro cuadrado libre de transpiración, se acomodó los cordones en los botines y se levantó mientras el DT seguía dando indicaciones, miró a sus compañeros que aún atendían medio zombies a la pequeña pizarra toda rayada del entrenador y cuando quedaban apenas treinta segundos les habló.

- ¡Se me callan todos la boca! - gritó casi entre dientes para sus compañeros, todos, hasta el DT, le prestaron atención -

- No estamos acá de pedo, no llegamos tan lejos regalados, venimos hace seis meses rompiéndonos el traste partido a partido, perdimos muchos, ganamos otros tantos, siempre tuvimos la lupa encima, más que estos que tenemos en frente, más que estos que ya eran campeones antes de comenzar el torneo, ¿y a quién le preocupa que estos salgan campeones? ¡a nadie!. La lógica no se toca, la lógica dice que ellos son los campeones antes de arrancar, si perdemos nadie se acuerda de nosotros y para ellos es una copa más, decían que la serie era una barrida, que nos topaban y aplastaban. Y miren ahora, van ganando, si, pero saben que tenemos armas, que tenemos defensa, y que tenemos gol, por eso no se descuidan, por que saben que estamos desordenados. Vamos a ordenarnos, vamos a defender, vamos a quemarnos las piernas, es hoy, no hay mañana, ya sabemos como jugar, ya tenemos el orden definido. Vamos a mostrarles a estos y a todos los que ganan antes de jugar, que los partidos hay que jugarlos, y más contra nosotros. Vamos a ganar señores, ¡Vamo' a ganar!.

Y ahí, en ese instante, como impulsados por unas palabras que a pesar de contar con poca preparación, resultaban inspiradoras, el banco entero de suplentes se levantó, armó un circulo al rededor del brazo extendido de Diego, posaron sus manos en el centro y al grito de guerra "¡Maracaná!" salieron a la cancha mostrando los dientes.

Ya veían al rival más pálido que antes, y ahora les tocaba defender, mientras el base de Azul Marino ordenaba el ataque, el equipo de Diego se ordenó en defensa, bajó la cola y marcó al hombre, seguían cada paso de cada jugador, intentaron hacer los atacantes, la tradicional calesita en donde la bola comienza a pasar por todos los jugadores hasta que uno quede libre, pero no surtió efecto, de un salto de la linea de fondo, Santiago que venía midiendo al base con el filo del ojo, pero marcando al ala-pivot, vió que la pelota volaba hacia el aro en un intento de pase, la cacheteó y salió expreso a ponerla en una bandeja para descontar dos puntos.

Volvió serio a su posición en defensa, sin emitir sonido, apenas habían pasado veinte segundos y bajaban la diferencia a cuatro, cuando se acercó a Diego que marcaba de cerca al base rival, le guiñó el ojo apenas y se ubicó tras de el para seguir la marca al hombre en su media cancha. <<Tranquilos que todavía falta>> gritó Diego, todos hacían silencio, todos marcaban.

El "Azul" atacaba y ellos defendían, tiraron tres veces sin acertar, la defensa estaba haciendo su trabajo bien al no permitirles tirar cómodos, pero no tomaban los rebotes, la presión media cancha ofuscaba a un rival que profesaba el juego limpio y no soportaba la marca fuerte, la marca hombre a hombre, entre hombres. Y precisamente el equipo Maracaná era un equipo que históricamente se caracterizó y jactó de estar conformado por hombres, indistintamente de tener una división para el básquetbol femenino, ellos hablaban de una actitud aguerrida, de dejar la vida por cada pelota. Bueno, era hora de demostrarlo.

En otro de los tiros de Azul Marino toman finalmente el rebote, Nicolás con la bola en sus manos y abanicando los codos para soltarse al defensor, levanta la vista y ve suelto al báse de su equipo, lanza una bolea a Diego que la toma sobre la linea de tres, amaga el tiro y ya un marcador se le encima, inteligente, decide marcar la jugada "color" y pasar de un lateral al centro de la cancha. El pivot sale a cortinarle, cuando Diego aprovecha la cortina, amaga a la izquierda y penetra perpendicular al aro por la derecha, un defensa le sale e intenta cortarle el paso y Diego descarga la bola para Santiago, tirador infalible desde sectores inimaginables, y ésta vuelta, había quedado solo paradito afuera del área de tres puntos. Sin picar la bola, amaga a tirar por que ya le salía el pivot de Azul Marino, da un paso al costado y cuando efectúa el tiro se le cuelgan de un brazo, la bola siguió en el aire su trayecto parabólico mientras un silbato chirriante sonaba en los oídos de todos los allí presentes, <<como poco son tres puntos de libres>> pensó Santiago, y al segundo de su pensamiento, la bola se cuela en un aro que hacía treinta y cinco minutos aparecía casi completamente cerrado, pero que ahora se les abría y comenzaba a tener más la pinta de una piscina. Tres puntos y la posibilidad de empatar la contienda con ese libre. Tiró y empataron.

Quedaban cinco minutos, y el final se proyectaba entreverado, así como le gustaba al Maracaná, llegar con la cosa difícil y apelar a su entrega final, al resto que todos los grandes deben tener, el diez por ciento extra luego de pasar el cien por cien. El DT rival pide minuto de tiempo, buscaba hacerles recordar a sus jugadores que eran los campeones de todo el año, que entre sus filas estaba el que más asistía, el que más goleaba, el que más bolas robaba, el que más todo.

Pero, es en esos momentos en donde "el que más" no necesita que se lo recuerden por que él ya lo sabe, es en esos momentos en donde el verdadero campeón rompe el traje de "el que más" y se pone el "overol" para sacar adelante una situación adversa y laburar a la par de "el que menos", en esos mismos momentos es cuando aparece el capitán que todos quieren tener y le hace erizar la piel hasta al más dócil , hace latir hasta la piedra más muerta. En Azul Marino, todos querían el traje de "el que más", pero ninguno quería el "overol".

Fueron pasando las jugadas, los ataques y las defensas, Azul Marino pensaba mejor los tiros, los que erraba, un Maracaná más tranquilo, tomaba el rebote y en el siguiente ataque se ponía por encima en el tanteador, pero en la siguiente jugada le volvían a empatar, así y viceversa durante los siguientes tres minutos o nueve jugadas, fueron llevándose de los pelos hasta los dos minutos finales del partido más electrizante que había ofrecido la liga hasta ese entonces.
Restando dos minutos Juan Andrés, ayuda base juvenil, nacido en las inferiores de Maracaná, entra a la cancha sustituyendo a Sebastián, digamos que en las tribunas nadie se puso demasiado contento, un novicio inexperiente en una situación de presión. Nadie sabía que ese botija se las traía.

Ataca Azul Marino y no dan un pase cuando Juan Andrés se tira en palomita cual golero y roba la pelota, cae al suelo con ella en brazos, ve a Diego salir en velocidad acompañado de todo su equipo, Juan Andres sin despegar la cola del suelo, se la manda en un pase hacia sus espaldas, con mucho vuelo y sin mirar, pase que por fortuna o calidad, ¡quien sabe!, llegó a las manos de su compañero que gracias a la velocidad del rival se tuvo que detener nuevamente en el borde de la linea de tres, parado de costado y mirando de refilón la llegada de sus compañeros.
Cuando Juan Andrés pasó por su costado como tromba para ubicarse de ayuda base, apenas por el lateral del centro del área, le manda un pase de faja, y el botija, ese botija que no tenía ni músculos en sus brazos, que apenas pisaba la veintena de años y su plasticidad denunciaba una clara virginidad total, se para como el más seductor de los seductores, toma la bola con sus dos manos, pone las piernas de rodillas al centro, en la posición de lo más fuera de lo normal que se había visto en ese partido y tira una pelota poco ortodoxa que apenas sin tocar la red se clava y le da a Maracaná tres puntos de ventaja a falta de un minuto y cuarenta segundos para terminar la contienda.

<<Calma>> se dijo a si mismo y nuevamente, mientras volvía a sonar la sirena que denunciaba otro minuto de tiempo pedido por el equipo rival. Pasaban por tres puntos y ahora la presión cambiaba de bando, el campeón antes de tiempo, era ahora quien jugaba contra el tanteador y contra el reloj, contra un Maracaná renovado y enérgico, que presentaba un arma secreta magra e inesperada en un juvenil que tenía apenas veinte minutos de juego en un torneo largo de cuarenta y cinco partidos. El DT habló, dio sus indicaciones, las cuales no reformulaban ninguna defensa ni ataque, básicamente les pedía que se mantuvieran jugando así. Hablaron entre ellos, se arengaban, se motivaban, el equipier les daba aire revoleando una toalla cual aspas de ventilador, el aguatero les daba agua y la final estaba a un minuto y pico.

Sacó la bola en ataque Azul Marino, el base comenzó a caminar el perímetro picando el balón con la zurda y protegiendo la posición con la derecha, Diego metía la mano como espadas en cuanto lugar libre le dejara la mano de protección de su rival, no lograba pellizcar la bola, el base pega un reversible a la derecha y larga la bola al alero que se encontraba marcado por Santiago, quien había abandonado la marca bajo el aro por el reciente ingreso de Gonzalo. Tenían que defender ésta bola, era crucial que no convirtieran, y en caso de que sufrir un gol en contra, tenía que ser de dos puntos a reventar. Azul Marino comienza a realizar la calesita, todos entendían esa jugada, nadie entendía por que la seguían haciendo, parecía un equipo sin ideas, y cuando todos pensaban que la bola seguiría girando, el base corta al medio del area, recibe un pase y se eleva para tirar, Nicolás, el ala-pivot de Maracaná, se va al humo y cuando le sale a tapar, el base de Azul Marino en el aire baja la bola y se la pasa al interno que ahora quedaba sin marca y solo para convertir dos hermosos puntos que los pondrían a uno de distancia.

Pero nadie contó con Gonzalo, que atento a la jugada había comenzado a moverse antes de que el base rival sacara el pase extra y aplicando un salto de un metro le coloca una soberbia tapa al interno de Azul Marino, tapón que desata un grito de circunstancia eufórico entre la hinchada concurrente y hace picar la bola contra la linea final, dejando al equipo rival con tres segundos para atacar.

Azul Marino saca y en dos pases se les agota el tiempo, tiran una piedra, un lastimoso intento de aprovechar el poco tiempo que tenían para atacar, una falta de categoría tremenda para quienes hasta hacía cinco minutos, eran los campeones indiscutidos. Pero todo Maracaná pensaba lo mismo << Los partidos hay que jugarlos, y más contra nosotros>>.

Maracaná ahora atacaba, tenía la cuota de tres puntos de ventaja, con un minuto veinte segundos para ir a la final, toda la maquinaria artillera estaba en cancha recibiendo las ordenes de Diego que se disponía a armar una jugada que terminaría con él definiendo el gol. Cortina al base, el base se la tira al alero, que en este caso era Santiago, Santiago penetra a la llave y cuando se va a elevar en bandeja se la tira al base que tomando posición en el vértice más imaginariamente alejado del aro, tiraría y la clavaría. Pero en ese último pase y cuando pisaban el minuto cero cinco para finalizar el partido, a Diego se le ocurre probar la fortuna, tentar al destino y dársela al botija magro que recién ingresado tenía unas ganas de destilar victoria que se le notaba el aroma a gloria al pasar por su lado nomás, así que el pivot rival se come el amague y Diego le suelta la bola de costado, como diciendole "no te quiero más" directa a las manos de Juan Andrés, y en la misma posición exacta que en la jugada anterior, el botija se contorsiona todo, mide el aro y la tira con su tradicional parábola infinita que va corriendo las nubes de un cielo que, ahora se despejaba todo, mientras pide permiso al aro para volver a clavarse y desatar un grito de guerra que bajó de las gradas como quien baja de la escalera de un aeropuerto cuando llega la novia o el novio que hace meses que no ve. Así de efervescente quedó la gente, así le sacudían los pelos al rubio magro de ojos claros y cara poco simpática, así lo llevaban abrazado y chocandole las manos al banco de suplentes por que sonaba la chicharra que pedía el último minuto de tiempo el entrenador rival, así marchaba "el Juan", que con una tímida sonrisa temía lo que estaba por suceder, llegarían a la final y al cuadro rival no le quedaría tiempo para nada más.

El tiempo marcaba que aún existían tres ataques, pero todo Maracaná sabía que metiendo una sola bola, un solo ataque certero, bastaba para coronarse finalistas del torneo, por primera vez luego de diez años de sequía. Así que salieron a la cancha con éso en mente, salieron a frenarles el ataque al Azul Marino y a convertir apenas un punto como mínimo, un libre o un doble quizás a reventar si estaban derrochando categoría, lo único que querían era que el minuto cero cinco pasara, volara.

Azul Marino retoma el ataque ya en la cancha de Maracaná, nuevamente el base rival intenta caminar de lado a lado y no encuentra un pase cómodo, le van quedando quince segundos de posesión cuando en una jugada interna que todo Maracaná se come, queda suelto el alero de Azul Marino, recibe un pase acelerado y está apuntando al aro, midiendolo, son dos segundos, Juan Andres aparece de costado para taparlo y logra tirarle la bola afuera, ya son cincuenta y pico los segundos que los separan de la final, vuelve a sacar el rival y nuevamente la vieja y querida calesita, esta vez esperaban que el base cortara, que pasara algo nuevo, pero el rival se queda sin recursos y acelera un pase que termina robando Santiago a cachetadas para dejarlo caer en las manos de Gonzalo, quien rápidamente le tira la bola a Diego, el más veloz del equipo.
Era un nuevo ataque de Maracaná y tenía que hacer pasar el tiempo, plantea una ofensiva lenta, con dos o tres cortinas falsas en medio de la llave para finalmente tomar el tiro él, dejando a todos los rivales un poco desconcertados.
La bola en manos de Diego, cuarenta y dos segundos para el final, Azul Marino se desespera, quiere robarla y atacar, necesita urgente un triple, están marcando a presión, su técnico grita <<¡Corten!, ¡Cortenlo!>>, pero los jugadores saben que cortar a Diego es cambiar fouls por libres convertidos, la cabeza de Diego va a la derecha, la bola sale hacia la izquierda, nuevamente Juan Andres se las había arreglado para quedar solo, se contorsiona y tira, la bola acaricia el aire que se cortaba con tijera, va pidiéndole permiso a la nube de humo de tabaco y marihuana que poco a poco iba poblando el techo de la cancha, toca el aro, pega en la tabla como negándose a volver a entrar "sequita", da una vuelta en el aro, dos vueltas y cuando parece que va a salir, la innegable ley de gravedad, la fuerza de la física, la diosa fortuna hacen que ese, el milímetro de diferencia entre caer o levantarse, entre entrar o salir, levanten la mano de Gonzalo que "todo cerdo" la vuelca hasta dejar el aro sin resistencia al resorte expresamente preparado para los pivots como él, que gustan de "hundirla hasta los mismísimos huevos".

El silbato suena, todos festejaban pero el juez aletea los brazos, <<¡¿Qué pasa?!>> se pregunta Gonzalo y lleva sus manos en gesto de pregunta hacia su pecho mientras mira a Diego, y es lo mismo que se pregunta todo el recinto, nadie entiende lo que acaba de suceder, a sus espaldas, quien sabe por qué, el pivot rival había caído mientras luchaban por la posición, Gonzalo había saltado y había puesto un gol en total legalidad, el pivot rival, un tal "Marquinhao", había cazado a las espaldas de Gonzalo el cuello de la camiseta de éste, le había descosido la camiseta mientras uno saltaba y otro caía. Gonzalo seguía sin darse cuenta de nada.

- Mirá tu camiseta -dijo Diego- te agarró del cuello de la ropa, para que no saltes o por que se estaba cayendo, no se bien, no pude ver bien.
- ¿Éste? Con razón sentí un ahorque en el salto. No puede conmigo - espetó Gonzalo-
- No seas bestia, que no se mueve... - replicó Diego y fueron a rodear al jugador -

El jugador seguía tirado, los ojos estaban blancos, el reloj estaba detenido en treinta y tres segundos, el gol había sido convalidado, pasaban por ocho puntos de ventaja, el juez lo único que quería era atención médica para el muchacho que había caído irremediablemente a golpearse la base del cráneo contra el bitumen negro que no ofrecía amortiguación alguna. Luces en sus ojos, fondos de ojo, primeros auxilios, movimientos de aquí para allá, <<agua fría en las heridas>>, <<¡aire!>>, <<¡despejen la zona>>, <<¡reanimando!>>, <<un, dos, tres, cuatro... dale, dale pibe, dale, volvé!>>.

Todo el esfuerzo de quienes allí estaban, toda la modernidad de la tecnología, toda la inventiva del ser humano, demostraron ser inútiles cuando hay algo que te hace desprenderte de vos mismo y no te deja volver. Gonzalo miraba arrepentido de sus últimas palabras al rival tirado en el piso de ojos blancos, entendiendo que no era responsable de lo que estaba sucediendo, pero lamentándose haber hablando tan pronto, quizás también perdonándose por no tener idea de la situación que se vivía. El equipo rival lloraba desconsoladamente a su compañero que tras cinco minutos era declarado en deceso.

Nosotros nos mirábamos un tanto pálidos, un tanto sin comprender, sin poder disfrutar la victoria que aún no se daba, que a esos treinta y tres segundos y ocho puntos de diferencia, era indiscutida, pero que el juez no había pitado el final.

Entramos al vestuario, nos quedamos en silencio unos minutos mirando el piso, las duchas en silencio, la vestida en silencio, todo era un velorio anticipado. Los clásicos comentarios de las jugadas victoriosas, las clásicas tomadas de pelo por jugadas horribles, las clásicas cosas clásicas de cada partido, se vieron opacadas por la muerte de un rival al final del partido, que hasta hacía segundos era el más puto, era un mugriento, el ser más deleznable de la tierra, él y todos sus compañeros putisimos, lo queríamos matar, a él y a todos, los queríamos matar.

Hasta que uno murió, y lo quisimos vivo, que no tuvimos nada que ver, que no fue nuestra culpa, innegable, pero murió y comprendimos todos muchas cosas, pero sobre todo, que lo queríamos vivo.

La liga decidió dejar el campeonato sin efecto, terminarlo trunco y sin jugar las finales que tanto habíamos luchado para conseguir clasificar, nos destacó como el equipo revelación del torneo, se marcó el final de las posiciones con los dos equipos que habían llegado a la final compartiendo el segundo lugar, final que jamás se jugaría, y otorgó el campeonato in-honoris a Azul Marino.

El muchacho sufría un problema cardíaco crónico que le significó la muerte súbita en la cancha. Un brazo negro se lo llevó y nunca volvió por más intentos que hicieron todos los allí presentes, el golpe en el cráneo contra el suelo había sido post-mortem, en la caída ya era un cuerpo sin vida, eso explicaba por que había roto la camiseta de Gonzalo y no procurado amortiguar su caída de otra forma más efectiva.

A nosotros nos otorgó una medalla por participación y otra que marcaba el haber alcanzado las finales. Pero de trofeo ni hablemos. Una decisión controvertida que llevó al menos dos semanas de reuniones nocturnas en la asociación, que se vio envuelta en una situación sin precedentes, con decisiones humanas y políticas sobre la mesa, en donde primaron las humanas. El torneo del año siguiente llevaría el nombre de "Marcos Cauto" en honor al deportista fallecido en la cancha.

Injusto, ni hablar, pero ¿que podíamos hacer?, solo podíamos esperar al año siguiente y retomar el campeonato desde cero, jugar los cuarenta y cinco partidos y clasificar a play-offs para intentar volver alcanzar la final.
Rezando, para que la muerte no nos vuelva a cagar la vida.

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