sábado, 1 de febrero de 2014

Clásico triunfo

El tipo siempre nos sorprende, no hay manera racional que se pueda explicar lo que pasa con el, "tocado con la varita mágica" dicen algunos, y si no tienen razón andan cerca, "bestia peluda", dicen otros, y se le van sumando y acumulando calificativos completamente proporcionados a lo que él representa en el rectángulo de juego.

La realidad lo muestra como un tipo sobrio y trabajador, que ha conseguido todo en su carrera deportiva con la transpiración como mecanismo, consecuente con aquella frase que citaba, el único lugar donde éxito viene antes que trabajo es en el diccionario.

Va y se tira miles de tiros libres por día, por mañana y por noche, se alimenta adecuadamente para que su cuerpo tenga los nutrientes necesarios para rendir en óptimas condiciones a las órdenes que le encomienda su cerebro en las situaciones del juego. En días de vacaciones pide que le abran las puertas del club para poder seguir tirando y perfeccionarse. Falta decir que es macrobiótico y socio de green peace para elevarlo más en el pedestal de perfección.

Pero a mi eso no me importa, eso le importa a él, a mi me importa que al verlo jugar el rival tiembla y se resbala. Me importa que el apodo "Dios" no se lo ganó por ser balanceado en la alimentación y consecuente en los entrenamientos, que son parte del proceso, lo son, pero el tipo es más que todo eso.

El tipo toma el balón y los rivales tiemblan por que no saben con qué les va a salir, los compañeros de él saben como juega, pero aún así tienen dudas, por que en cierto punto están igual que el rival, y tampoco saben si ese será el momento, si se va a pegar al esquema y sistema de juego, o si en esa jugada que se viene va a mandarse un "efecto sorpresa" y dejar a propios y extraños con la mandíbula tocando el piso.

¿Entendés que el tipo tiene la capacidad de entrar a la cancha y cambiar el partido? Entra y mete cuatro triples seguidos como si fuese fácil tirar de siete metros venticinco de distancia, una pelota que es apenas veinte centímetros más chica que el lugar donde la va a meter, el tipo entra y los afana en la cara con total desparpajo, y ni siquiera te grita los goles, no te sonríe, ¡nada!, se da vuelta y sigue jugando, metido en la cosita, asumiendo su rol en su equipo. Por que sí, por que ahora el equipo es de él, y todos juegan para que él haga "su magia", todos se detienen para ver a "la bestia", al "asesino", al tipo que cuando las papas queman las pide todas y no le tiembla el pulso y te la manda guardar, al tipo que sabe arrastrar marcadores y pasarle la pelota en el momento justo a su compañero para que también la mande guardar. Por que además eso, no solo te llena la canasta él, hace que todos quieran y quieran, y tenes que verlos remontando partidos que venían veinticinco puntos abajo como si el tiempo les sobrara. ¡Y les sobra el tiempo!. De la mano del tipo, el equipo se redondea, se siente bien, les gusta jugar juntos, les gusta hacer historia.

Y no hay nada mejor que ganarle siempre a tu tradicional rival, ganarle por barrida, por veinte tantos, por diez tantos, pasarles el trapo y que lloren por que se quieren comparar con el equipo de tu alma y no pueden. Ganarles ordinariamente, de principio a fin, hacerles caños y alley-oops, hundirles la bola hasta los huevos y que vuelvan a llorar por que no son mejores. Dejarlos que se crean que te van a ganar con una "guapeza" barata cambiando fouls por goles nuestros y volver a mostrarles, que con ese tipo que tenemos nosotros en la cancha, con ese tipo no-pue-den.
Y en la cara de ellos, con pocos minutos y el tanteador a favor de ellos, el tipo jugando tranquilo nos puso a un punto, como si el tiempo no corriera, como si se hubiese detenido el reloj hasta que al animal éste se le ocurra ponernos un punto arriba. Ver como ellos se vuelven a creer más y mejores por que roban una bola y la mandan guardar, y encima te gritan que "tenemos los huevos así de grandes", pero son tan infelices bocaflojas que no se dan cuenta, que tenemos doce segundos para dar vuelta un solo punto, y como si se hubiesen olvidado, que la bestia estaba en cancha y con la bestia no se jode.

Hasta el técnico armó la jugada y dijo "le ponemos la bola en la mano y ahí que se encargue él", y la jugada salió fenómeno, le dieron la bola a la bestia con ocho, con siete segundos, y el pibe, el pobre pibe que lo marcaba, se comió un crossover hacia la derecha y una faja para la izquierda, pasó al pobre gurí con cinco segundos para terminar el partido y cuando le salió un alto bien grandote, le agarró el balón con las dos manos y moviéndose un poquito nomás para la derecha, lo dejó como aplaudiendo al aire y continuó con su carrera que ahora era de dos pasos y no más, contra el reloj, contra todos los rivales, hacia el aro, y ahí antes del aro estaba el flaquito que le gustaba gritar los goles y decía que tenía los huevos "así de grandes", y el flaco se comió otro amague, pero éste se lo hizo con la cara, y cuando el flaquito saltó, la bestia pasó por abajo de su brazo expreso en su segundo paso, en el ultimo dos segundos del partido, por la gloria o la mierda, contra las apuestas y los contras y contra el partido clásico que nos iba a tocar perder.

Pasó en un segundo con la bola por abajo del brazo del flaquito gritón de huevos grandes, con los bares que pasaban el partido y los borrachos en la barra torciendo la cabeza, apurando el trago, conteniendo la respiración, con el pizzero aguantando la pala de la pizza y mirando la tele dejando clientes insatisfechos y pasándose el escarbadientes de un lado a otro de la boca, con todo el pueblo de la República de la Aguada empujándolo y con ganas de reventar en un grito de gol, pero esperando, mirando lo que hacía esa bestia en el último segundo de vida que le quedaba al partido, a la gloria, a la paternidad indiscutida hasta ese momento, un segundo de cinco o seis vidas. Con un viejo y querido tiro palangana que técnicos formativos de jugadores se empecinan en prohibir, se llevó la gloria bajo el brazo y se la volvió a devolver al lugar que, él decidía en ese segundo para toda la vida, a quien le debía pertenecer y donde debía permanecer. Y ahí lo vi por primera vez reírse de alguna de sus jugadas de gol, como sacado de otro lugar, superado por la situación, exultante de emoción y obsequiando la sonrisa a la fiel hinchada.

Después de gritar gol hasta la afonía y despertar a mi viejo que ya dormía hacía al menos una hora, como terminando de entender lo que había pasado, como regodeándome entre tanta gloria que se nos había hecho tan esquiva durante tantos años, como confirmando la paternidad y el clásico triunfo, lo primero que dije fue, y se ríe la bestia peluda, se ríe la bestia peluda.

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