lunes, 3 de marzo de 2014

El básquetbol de los sábados

Todos los viernes me acostaba sobre las once de la noche ya un tanto nervioso, pero me tomaba un té de tilo para apaciguar la ansiedad que me generaba saber, que al otro día tenía partido y así finalmente, podía descansar bien. Ese viernes fue diferente, porque al otro día además de tener el partido de todos los sábados, me enfrentaba a Eduardo.

El sábado me desperté a las diez y media de la mañana ganándole al despertador, lo que más me molestaba de ganarle al despertador, era el hecho de tener que soportar las tres horas que faltaban para llegar a la hora del partido, se me volvía un camino cuesta arriba, buscaba actividades para distraer mi cabeza. Le preparaba un desayuno americano a mi hija, el cual terminaba comiendo yo, limpiaba, ordenaba la casa, disponía la ropa que usaría para el partido en la cama, bien ordenada y estirada, inflaba la pelota, dejaba el calzado con las medias a los pies del sillón, las vendas, la rodillera, la muñequera y cuando quería acordar, había terminado todo el ritual en apenas una hora, todavía me quedaban dos horas para que llegara el momento de ir a la cancha y mi cabeza comenzaba a imaginar situaciones del partido, favorables o no, pero mi cabeza volaba. La previa siempre se me hacía eterna.

Este sábado era diferente, volvía Eduardo, con él, teníamos una rivalidad silenciosa, algunos partidos los había ganado el, otros los había ganado yo, no teníamos muy clara la cuenta de quién había ganado más al otro, pero al terminar cada encuentro, cualquiera fuese el resultado, nos dábamos la mano como dos caballeros, nos felicitábamos y agradecíamos por haber concurrido al partido. Con Eduardo no nos entendíamos, intentamos jugar juntos algunas ocasiones y las jugadas de ataque rápido que con cualquier otro jugador, hasta quizás menos técnico, salían de maravillas, con él eran intentos frustrados de jugadas amorfas.

No lográbamos comprendernos el uno al otro, cuando pretendía que me hicieran una cortina para el Pick n’ roll, el tipo me quedaba mirando, pidiéndome el pase con dos hombres marcándole debajo del aro, cuando estaba solo esperando la pelota, yo me jugaba la individual engañosa para descargarle la bola en el último segundo, pero él se desentendía de la jugada, alegando que era “un comilón”. Así que luego de un par de meses jugando juntos decidimos sin decirnos nada, que sería mejor ser rivales y odiarnos durante lo que durara el partido.

Así que nos marcábamos el uno al otro, yo nunca cobraba los fouls que me hacían, por que me gustaba marcar fuerte, hacer sentir el rigor de la buena defensa y Eduardo era de esos que “cobran todo”, ahí estancaba nuestra primer diferencia, para mí el deporte era para hombres, existía y aceptaba el contacto brusco, y cuanto más contacto mejor, para Eduardo era para hombres en ambientes controlados donde no existía la necesidad de roce, y todo contacto era ilegal.

El último partido del año anterior con mi equipo se lo habíamos ganado, recuerdo una jugada crucial en la que estábamos apenas un punto por encima de su equipo, nos meten un doble, sacamos de abajo del tablero, me pasan la bola y comienzo a picarla hacia el ataque, cuando apenas atravieso la mitad de la cancha, miro el aro y me invade una tremenda sensación de confianza, tiré y la bola entró sacudiendo la red sin tocar el aro. Ese triple fuera del marco de lo que ofrecían nuestros partidos extremadamente amateurs, ese triple de otro partido, de casi profesional, le había quedado grabado en la retina a Eduardo, por eso el primer partido del año siguiente había concurrido con sus amigos casi profesionales, a darnos a todos nosotros y en especial a mí, una lección de básquetbol.

Éste partido que se venía me tenía histérico por el condimento especial de volver a enfrentarme cara a cara con mi archirrival. Desde la última vez que había venido había pasado al menos un mes y medio, y fue en aquel primer partido de la “temporada”. Normalmente nosotros jugábamos cada sábado de Febrero a Diciembre, al acercarse el calendario a las fechas festivas se corta lo que llamamos “la temporada” y nos vamos de licencia todo el Enero, hasta reencontrarnos en los primeros sábados de Febrero.

Desde el último partido del año anterior, el tipo había quedado enebradisimo por aquel triple que le metí pasando la mitad de la cancha y gracias al cual le quebramos la psiquis a su equipo y ganamos el último partido, porque hasta  quizás no fuese la jugada más babosa que me haya salido, pero al haber sido el último partido del año, era el recuerdo más fresco que le iba a quedar hasta que otro sábado sustituyera a ese último y fatídico sábado de final de temporada. Entonces, Eduardo se comió todo el verano en silencio, muchos de los amigos que tenemos en común se lo habían cruzado en las playas del este y me habían trasladado su malestar <<cuando vuelva van a ver, les voy a pintar la cara yo solo, no me clava más un triple así, no nos gana más>>, así que cuando se organizó el primer partido de la nueva temporada, acusó presencia.

El tipo había traído unos amigos suyos, la mayoría eran caras todas nuevas para nosotros, se había armado un cuadro que parecía casi profesional, los pases que nos hacían en nuestra cara eran inesperados, nos clavaron triples de todos lados excepto de la mitad de la cancha, las fajas eran inalcanzables, y a pesar de que llevamos gran parte del partido en paridad, cuando nos cansamos, la frustración por no sacar ventaja nos invadió, tomamos tiros inútiles, probamos de la mitad de la cancha, de más cerca, de la línea de libres, de la pintura, hicimos el reloj, la calesita, cuadrado uno, cuadrado dos, y nada, no había forma de invadir la defensa que nos proponían.

Para colmo en uno de sus ataques, estoy marcando a Eduardo que le daba la espalda al aro con la pelota en sus manos, y sin darme cuenta le hace un pase por entre medio de mis piernas a un compañero suyo, pase que me deja con los pelos de punta a punto de taparle la boca de una trompada, pero me aguanté en silencio la vergüenza y seguí jugando como si nada, no obstante, dos jugadas más adelante uno de sus compañeros de equipo, vuelve a meterme un caño que termina en las manos de mi archirrival y a posterior en gol, volví a agachar la cabeza y a jugar ya sin ganas, ni intención alguna de ganar el partido. Sin dudas no había sido ni cerca mi partido y no pude sobreponerme a la frustración psicológica de haber recibido un pesto bárbaro y dos caños en el mismo partido, frustración acrecentada por haber recibido uno de los caños de Eduardo, más aun cuando el tipo que tiraba caños todos los partidos y alardeaba las jugadas y goles a los gritos, era yo.

Pero hoy volvía Eduardo y yo ya estaba en ritmo, venía jugando firme cada partido, anotaba unos veinte puntos, dominaba debajo de la tabla los rebotes y hasta el manejo del balón que tenía, había mejorado sustancialmente comparado con el año anterior. Me había esforzado concienzudamente en mejorar porque sabía que algún día Eduardo volvería, y más rabioso aún, por su falta de actitud competitiva, retirarse con la victoria más cerda que podía haber obtenido y cancelar sistemáticamente su presencia en todos los partidos, lo consideraba una actitud de cobarde. Pero para éste sábado no había cancelado, se lo esperaba en la cancha, esta vez iban él y dos más de aquel equipo casi profesional, el que llevó el primer partido. Él tenía a los profesionales, pero yo, yo tenía al Sheriff.

El Sheriff era mi arma secreta, todos lo conocían en la cancha y sabían que mal o bien metía sus triplecitos de cada partido, pero era constantemente desaprovechado, conmigo el Sheriff se entendía bien y rendía un treinta por ciento más, como poco.

Era más alto que yo, medía dos metros, pero no jugaba debajo de la tabla, le gustaba jugar de afuera del área, tomar tiros francos, hacer jugadas pensadas, a conciencia. Todo lo que con Eduardo no pude conseguir, a pesar de ser un jugador de muy buena técnica, con el Sheriff y sus deficiencias al picar el balón, lo conseguía a las mil maravillas. El Sheriff sabía ubicar su rol en cada partido, lo entendía al instante, leía perfectamente los juegos, sabía cuándo podía arriesgar un tiro y si lo marraba nada iba a suceder, sabía cuándo no debía tirar, el momento de cortinar, el momento de bajar rebotes e ir a jugar sucio bajo la tabla, sabía exactamente donde pararse y en el momento adecuado, y a pesar de no tener un físico ágil, corría la cancha a velocidad siguiendo todos los ataques rápidos, lo cual me permitía contar con un aliado para definir el pase final, hacer fintas, o tirar.

El Sheriff nunca había jugado al básquetbol en ningún equipo, ni de niño ni de adolescente, su aprendizaje del deporte de la pelota naranja había ocurrido un verano en Solymar, un balneario de la costa de Canelones donde sus viejos tienen casa hasta el día de hoy. Aquel verano el Sheriff se había hecho amigo de un vecino, el cual en el fondo de su casa tenía media cancha de básquetbol, tablero y aro en la altura correcta y las líneas pintadas en el piso a la distancia adecuada. Ese verano aprendió sobre todo, a embocar, jugó partidos mano-a-mano cada día, transpiró y tiró todo el verano, todo lo que pudo. Agregado a eso, comenzó su fanatismo por la NBA, se hizo hincha de Indiana y lo empezó a seguir por televisión, como quien sigue al cuadro de sus amores. Los años fueron pasando, el Sheriff cada vez aprehendía y entendía mejor el deporte y llegó un momento en que se terminó convirtiendo en el Sheriff de la NBA, no había dato que el tipo no manejara sobre la NBA o su historia, a su vez, la visión analítica de juego que había adquirido, enaltecía aún más su figura como Sheriff.

Toda esa combinación de experiencias, nutrieron al Sheriff para convertirlo en un jugador importante dentro de la cancha. Quien sabe mirar los partidos y sus protagonistas, sabe que hay jugadores que juegan bien sin pelota, que saben perfectamente que es lo que tienen que hacer, y lo hacen en el momento indicado. El Sheriff era uno de esos, pero además embocaba, pasaba desapercibido para todos, excepto para mí.
Eduardo tenía profesionales, yo tenía un Sheriff.

Así que el reloj marcaba las ansiadas trece horas del sábado y marché para la cancha, el partido comenzaba sobre la una y media, y  las diez cuadras que me separaban de la cancha no me consumirían más de cinco minutos si las hacía trotando. Llegué primero que nadie y me puse a hacer los ejercicios de estiramiento para no romperme nada, seguí con el calentamiento dando vueltas a trote alrededor de la cancha, ni bien terminé comencé a tirar libres, bandejas y triples, quería tener la muñeca caliente para cuando fuese el momento de comenzar el partido, mi ansiedad por el juego no daba más, y lo único que podía hacer para cansarla, era tirar, tirar y tirar.

Uno a uno fueron llegando los compañeros y rivales, algunos preferían no estirar y ponerse a tirar directo, otros hacían tantos ejercicios de estiramiento y calentamiento como los míos, la cosa es que eran pasadas las trece treinta y estábamos ya los equipos separados cada uno en su correspondiente media cancha, pero ni el Sheriff ni Eduardo llegaban.

Al cabo de cinco minutos de calentar, el equipo rival parecía más ansioso de lo que estaba yo, y comenzó a incitar el comienzo del partido, Maxi, que siempre se comportó como un caballero y me había hecho el caño en aquel primer partido del año, me vino a buscar para consultarme si estábamos prontos.

-         Dale Pacho, ¿vamo’ a darle?
-         Aguantá Maxi, ni el Sheriff ni Eduardo llegaron.
-         Pero somos cinco para cada lado, si vienen que coman banco un rato.
-          Dales cinco minutos, ¿dale?
-          Cinco minutos, y no más, que se nos pasa la hora.

Y así conseguí cinco minutos que parecían ser los cinco minutos más cortos en la historia del tiempo, en esos cinco minutos mientras todos seguían calentando junté al equipo en “la llave” y me puse a conversarles sobre la estrategia.

-        Se acordarán que el partido pasado que jugamos contra estos nenes amigos de Eduardo comimos como mongolicos ¿no?, vamos a tener que marcar a morir todo el partido y no podemos tirar cualquier cosa o nos comen.
-         No podemos marcarlos, son mejores en todo sentido –dijo Fabio-
-          Podemos marcarlos si hacemos marca zonal y no nos desprendemos para marcar al hombre, hay que hacer marca zonal y nada más que zonal – acotó Gonzalo –
-          Vamos a esperar unos minutos a ver si tenemos suerte y viene el Sheriff. -agregué-
-         Vamos a arrancar, yo al grande lo reviento debajo de la tabla, lo domino. –dijo Agustín-
-         Vamos –fue todo lo que dijo El Soldado-

Intenté que los cinco minutos duraran más de lo acordado pero ya se nos arrimaban los rivales al centro de la cancha y tuvimos que comenzar, ni Eduardo ni el Sheriff habían llegado.

Cuando iba a comenzar el partido, yo estaba a punto de tirarles la bola para que sacaran, y aparece corriendo Eduardo por el portón grande de la cancha, pidiendo perdón a los gritos por la llegada tarde y sonriendo, rápidamente saludó a los de su equipo, cruzó la cancha para chocar las manos con nosotros sin cruzar palabra alguna y con un rápido estiramiento, pero sin calentar, se metió en su equipo, dejando en el banco de suplentes a uno de los suyos. Eduardo había venido, el aliciente de esta semana estaba dado, pero el Sheriff no llegaba y el partido comenzaba en apenas segundos.

Sacaron desde su área y comenzó el partido, las primeras jugadas de sus ataques se dieron como se esperaba, trancadas por nuestra marca zonal, rustica pero efectiva. El equipo de Eduardo solo podía tirar desde afuera del área, habíamos armado una defensa zonal difícil de penetrar, con el Soldado y Agustín bajo la tabla para defender los rebotes y los ataques al aro, cualquiera de los casi-profesionales del equipo de Eduardo se la pensaba dos veces antes de intentar cargar contra alguno de ellos dos.

Al cabo de quince minutos de juego nos habían sacado seis puntos de ventaja, seguíamos marcando arduamente, pero nuestros ataques no eran efectivos, seguíamos errando mucho y su defensa era igual de buena que la nuestra, mi participación estaba ofuscada por la marca al hombre que me estaba haciendo Eduardo, tanto él como yo lo habíamos tomado enserio eso de volver a enfrentarnos, la diferencia residía en que ellos marcaban al hombre y nosotros en zona, de forma que Eduardo defendiendo siempre me estaría siguiendo a mí, pero cuando iba al ataque no siempre se las veía frente a frente conmigo como marcador y lamentablemente eso le permitía tener espacios libres que sabía aprovechar mejor que nosotros en nuestros ataques.

Fabio se había convertido en el hombre gol del partido, tenía la característica de medir un metro setenta y pico, pero pegaba unos saltos de un metro y algo, lo que lo dejaba con muy buena perspectiva para tirar, y así como yo había mejorado mi dribleo, él había mejorado en tiro notoriamente, y parecía que hoy era su día, la única falencia que tenía era que de triple erraba mucho más de lo que metía y justamente hoy precisábamos triples.

Al cabo de los primeros veinte minutos de juego, el partido comienza a abrirse para ellos, a tomar intensidad en los ataques y nuestra defensa comienza a flaquear. Gonzalo que normalmente llevaba la base y marcaba en el borde del área de triple de espaldas y perpendicular al aro, en dos o tres jugadas se distrajo y terminó cometiendo fouls innecesarios debajo de la tabla, los cuales terminaron en más pelotas en ataque para el equipo rival, lo que decantó en nuestro cansancio general, lo que llevó a que ellos nos golearan con más facilidad que antes.

Mi performance venía siendo pareja pero no determinante, había tenido un par de penetraciones interesantes, hasta había metido algunas asistencias de buen nivel, haciendo fintas debajo del aro, dejando a Agustín o al Soldado en soledad y con la bola en sus manos, bien debajo de la tabla para que definieran con tranquilidad, ellos estaban haciendo su trabajo de buena manera. Pero yo estaba bien marcado, Eduardo me tenía controlado y no podía hacer demasiado, todas las locuras y magias que sabía manejar, parecían haberse borrado dándole paso a una versión de mí, mucho más rustica de lo que realmente era, porque rústico era, pero no tanto como ese día. A su vez en mi equipo nadie aplicaba los sistemas de juego, lo máximo que hacíamos era rotar la bola, pero una cortina, un pick and roll, jamás se nos ocurría hacer.

Me estaba ofuscando poco a poco, nos habían sacado doce puntos y aún quedaba media hora de juego, tenía la bola en el ataque, había decidido llevar la base y administrar el juego, así permitía a Gonzalo tener más libertad de movimiento, quedar más solo y poder tomar tiros francos, que más allá de errarlos o embocarlos, al menos salieran de sus manos sin rivales que estuviesen encima suyo.
Intento una penetración de frente al aro y la terminaría en un pase venenoso a las manos de Gonzalo que ya se había desmarcado, pero Eduardo me pellizca la bola, me la quita con sus dos manos y cuando se la voy a manotear se hace una faja y se escapa por mi izquierda, dejándome boca al suelo mirándolo correr expreso toda la cancha desde el suelo y levantandome, para terminar en una bandeja pasada y gol, levantando las manos celebrando los catorce puntos de ventaja, gritó <<¡Llegaste justo para la comida!>> mirando a la puerta principal a mis espaldas.

En ese segundo y antes del grito de gol de Eduardo, me acordé del Sheriff, no podía creer que me estuviese fallando, ya habíamos coordinado todo el sistema de ataque y como neutralizar la defensa de los “Eduardo Boys”, además sabía que, me rompía soberanamente las pelotas haberme quedado con la espina de no poder jugarle la revancha en igualdad de condiciones, ya que aquel primer partido el Sheriff no había venido. Sentía una frustración mayor que los catorce puntos de ventaja, el Sheriff era mi amigo y me estaba fallando, ¿Qué había pasado con aquella frase “no man behind” que tanto repetíamos entre nosotros?, ¿Por qué si le surgió un problema no avisó?. Se me venían mil preguntas, la esperanza de que aún pudiera venir y la cruda realidad de los treinta minutos de partido que restaban, que me afirmaban que el Sheriff no vendría. Había decidido dejarla pasar, después de todo ante la sociedad no era tan importante que yo le ganara a Eduardo, aunque para mí era tan importante como el desembarco de Normandía, y algún día se lo haría saber, esto no iba a quedar así nomás entre el Sheriff y yo, pero hoy no sería el día.

En ese instante en que Eduardo grita y dejo de putear al Sheriff en mi cabeza, giré sobre mis pies y la frustración que sentía dio lugar a la alegría y la esperanza de poder dar vuelta el partido, el Sheriff entraba caminando muy tranquilo por la puerta del gimnasio, sonreí y me levantó la mano como adjudicándose la falta, claramente alusiva a su impuntualidad y en autocomplaciente expresión de “Mal yo”. <<Cambiate rápido y entrá que vamos catorce abajo, sale Gonzalo que hoy no trajo las manos>> fue todo lo que le dije, seguí jugando los siguientes tres minutos tanteando de reojo que se apurara con el ritual de calentamiento y demás cosas que debía hacer para no entrar frío, mientras intentaba que los catorce puntos de diferencia no fuesen dieciséis.

Las últimas palabras de Eduardo “Llegaste justo para la comida” me habían calado hondo alguna fibra orgullosa que se resistía a sufrir otro pesto en manos de él y sus casi-profesionales boys, si bien esta vez no habían existido jugadas mágicas, para ninguno de los dos lados, el goleo externo nos estaba matando y mientras nosotros descontábamos de a dos, ellos aumentaban de a tres.

Finalmente el Sheriff se dignó a entrar por Gonzalo, me choca las manos y se me pone a justificar su llegada tarde <<se me rompió el auto a mitad de camino, tuve que empujarlo hasta alguna calle fuera de Avenida Italia y me tomé un ómnibus para llegar, perdóname>>. Lo miré a los ojos y siguiendo la rutina del básquetbol le palmée una nalga, guiñé un ojo, sonreí y contesté <<Con romperles el orto a estos putos quedamos a mano, no te preocupes>>, sonrió y me dijo <<estoy onfire>> y no lo dudé ni un segundo, mi magia volvía de la mano del Sheriff. Sacamos debajo del tablero, habíamos achicado la diferencia a diez puntos y nos habían metido un doble antes de que entrara el Sheriff, estábamos doce abajo y aún quedaban veinte minutos de partido.

La primera jugada que hacemos ya aplicamos el viejo y querido pick and roll, ¿para qué demorarlo más?, estaba pidiendo figurar en el partido hacía rato, yo llevaba la base y venía arrastrando a Eduardo afuera del área de triple, el Sheriff me puso la cortina, ensayo un amague a la izquierda y me voy por la derecha dejando a Eduardo en un choque contra el enorme Sheriff de dos metros, el hombre que marcaba al Sheriff me vino a buscar y Eduardo desesperado por recuperar el balón se olvidó de hacer el relevo en la defensa, dejó al Sheriff en libertad ubicado en diagonal al aro y por atrás mío, solo tuve que mandar la bola hacia atrás de pique y con mano cambiada para que el Sheriff la tomara y clavara un triple que nos ponía a nueve puntos de distancia.

Sacaron y en el ataque quisieron hacer una penetración practicando una jugada preparada, en la marca zonal ahora el Sheriff era el hombre que marcaba sobre la línea de libres, cuando el base de ellos, Maxi, ensaya una penetración al aro desde uno de los costados del área, parecía que el Sheriff lo estuviese midiendo, lo fue esperando con vista periférica parado en la línea de libres y de semi-espaldas al aro, hasta que Maxi descargó la bola hacia afuera del área donde estaba Ernesto, otro de los casi-boys que venía clavándonos de tres hacía rato, pero esta vez estaba el Sheriff que como si fuese un golero se estiró e interceptó el pase y tomó la bola con las dos manos antes de que llegara a su destino, enseguida que vi al Sheriff estirandose salí picando en velocidad por si llegaba a atajarla, me vio y me tiró una bolea, que tomé en el aire y sin picarla, dando dos pasos dejé la bola en bandeja con la yema de los dedos directa en el aro, nos poníamos a siete puntos y la cosa ya tomaba forma.

Seguimos defendiendo arduamente pero también ellos embocaban, el Sheriff estaba haciendo un buen trabajo de defensa agresiva, la estrategia que teníamos, al no haber un límite de faltas, era cansar al rival a golpes, nada muy grosero, pero nada de marcar sin contacto, había que hacerles sentir el rigor en todo momento, y ya sobre los últimos diez minutos del partido lo estaban sintiendo, estábamos aún a siete puntos y sentían que se cansaban y ofuscaban por las constantes faltas que les hacíamos.

<<Marquen limpio>> le dijo Ernesto al Sheriff, quien así como yo tenía mi rivalidad con Eduardo, él había descubierto ese día la suya con Ernesto. <<Si no te gusta el contacto anda a jugar al tennis…>> le respondió el Sheriff mientras le lanzaba la bola en pase de pecho hacia su estómago, a un brazo de distancia, estaba picándose el partido en los últimos minutos y a ellos no les servía, ellos casi-profesionales profesaban el juego limpio, nosotros no teníamos otra que ensuciar el partido en defensa y hacer nuestras jugadas lo más inteligentemente que pudieramos en el ataque.

Sacaron ellos de abajo de nuestro aro para otro ataque, Ernesto le da la bola a Eduardo y este afuera del área elude a Gonzalo que había entrado por Fabio, quien después del esfuerzo físico que venía haciendo solo quería tomar agua y descansar, llevaba más de veinte puntos y le había venido un ahogo importante. La cosa es que hago el relevo de Gonzalo y voy a marcar a Eduardo de piernas abiertas y la cola bien baja para estar atento a la bola, le doy un brazo de distancia, como tentando a que pasara y el anormal, el muy atrevido, el pedazo de sobrador, me tira un caño, media milésima de segundo, <<no de nuevo>> pensé y con el acento de español neutro de aquella publicidad bizarra de “Rejuvensex” que salía por la tv cable, puse instintivamente la mano derecha adelante e hice picar la pelota entre mis piernas para llevármela con la mano izquierda, salí corriendo en un pique rápido, el Sheriff me acompañaba por el lado izquierdo y yo tenía un marcador delante de mí que me venía esperando y mirando, mi intención era hacer la bandeja pero el tipo se alineaba a marcarme, así que cuando estoy acercándome por el lado derecho de “la llave”, con la mano izquierda ensayo un pase de faja hacia la derecha donde no había nadie, interrumpo el trayecto de la pelota en mi espalda, con el codo de mi brazo derecho para darle una nueva dirección al balón y mandárselo al Sheriff que había visto, venía atrás mío por el lado izquierdo, se sintieron los gritos “Uhhhh!!”, “Chocolate Blanco!”, “Volvió Magic” y alguno más que no merece la pena recordar, todos festejando la jugada que terminaba en golazo del Sheriff y nos ponía a cinco puntos con tiempo de sobra para ganarles.

Ya mi ánimo estaba recuperado, las defensas nos estaban saliendo bien y los ataques los veníamos resolviendo sin mayores complicaciones, el Soldado estaba dominando los rebotes y Agustín, tal como lo había adelantado, dominaba al grandote de los Eduardo-boys, fouleandolo como habíamos acordado, pero sobre todo, molestándolo todo el tiempo, obligándole a tomar tiros forzados y malas decisiones. En la jugada siguiente al pase de faja y codo se nos desprende Maxi de la marca y toma un tiro franco desde afuera del área, vi la bola tomar vuelo dibujando una parábola y recé un par de segundos al dios de la pelota para que no entrara, pegó en el tablero, rebotó en el aro y con cierto suspenso salió despedida a la pintura donde estaba Agustín para tomar el rebote. Rápidamente me tira el balón y hacemos un ataque rápido de tres contra dos, llegamos al área rival en cuestión de diez segundos, hicimos dos pases certeros para terminar dejándole la bola al Sheriff que estaba esperando solo frente al aro y desde la línea de triple, fue a tirar y ensayó un amague, Eduardo le salió a marcarle y se fue al humo en un salto buscando taponear, el Sheriff picó al costado y penetró al área en bandeja metiendo el gol, estábamos a tres puntos.

<<Marca a presión que los comemos!>> fue el grito que pegó Gonzalo, en ese momento la marca pasó de zonal al hombre, y a pesar de que estábamos cansados la hicimos con ahínco, queríamos recuperar ese balón y ponernos al menos un punto por debajo. La bola se la dan debajo de la tabla al grandote y Agustín se le para firme a su espalda y con los brazos en alto, cuando el grandote va a rolar aparece Gonzalo y le quita con las dos manos el balón, sale corriendo y lo acompaño en el ataque rápido, me pasa la pelota y me sale Eduardo que a velocidad había recuperado distancia y ya estaba pronto para la defensa, le aplico un reversible hacia la derecha y me sigue firme, ensayo un entrepiernas para avanzar a la izquierda y veo como abre las piernas para cerrarme el paso, fue un instante de lucidez, lancé la bola entre sus piernas mientras rolaba sobre mi pie derecho para ir a buscarla a las espaldas de Eduardo, que quedaba cola contra el piso mirando como metía un doble en bandeja y ponía el partido a un punto. El Sheriff me miraba sonriente y sacudiendo la cabeza <<Te saliste con la tuya al final de todo>> me dijo mientras me chocaba las manos felicitándome. <<Todavía no, todavía no les rompemos el orto, hay que marcar una más>> fue mi respuesta.

Atacaban ellos y tanto el reloj biológico como el de la cancha nos indicaban que nos quedaban no más de dos minutos por jugar, estaban demorando el ataque, querían dormirla y ganar por la diferencia mínima, picaban la bola sobre la línea de triple y se la pasaban entre ellos sin intenciones de atacar el aro, ya Eduardo no osaba meterse en nuestra pintura, Ernesto no encontraba el tiro franco que tanto le gustaba, Maxi no podía administrar bien el juego y estaba fallando en las asistencias y el grandote solo entraba y salía como intentando distraer a los internos nuestros. Agustín y el Soldado tenían la llave de la ciudad y no permitían entrar a nadie a romper el aro, estaban bien concentrados en su tarea, la venían haciendo de maravillas, en los últimos minutos del partido metimos un parcial de 20 – 7 y nos habíamos puesto a un punto del empate, una bola para la victoria, había que marcar con los dientes y el tiempo ahora nos apretaba los pasos.

Maxi finalmente encuentra el pase al grandote, el que ágilmente se le escapa a Agustín en la zona de la línea de libres, se va solo y pensé que subían nuevamente tres puntos el score, nos quedaría una jugada, máximo dos, si la hacíamos bien rápido y marcábamos en la siguiente, vi al grandote elevarse dispuesto a hacer la bandeja que les daba los tres puntos de ventaja, estaba parado sobre el área, Maxi no me había eludido pero se había mandado el pase del partido, pase que probablemente terminase en el gol que le daría la victoria. Y en eso, cuando el grande se eleva y a mí se me caían los sueños de victoria, veo una ráfaga de viento de color rojo que me pasa por el costado, da dos pasos y salta con la mano en alto, se lleva puesto al grandote que termina en el suelo y revienta la pelota contra el tablero de acrílico impidiendo el gol. No había faltas, nunca nadie iba a cobrarlas. Tomó la bola con las dos manos, me miró y gritó a todos << Acá no pasa nada!, el Sheriff está en la casa!>>.

Avanzó picando la bola con la dificultad que lo caracterizaba, pasó la mitad de la cancha y se puso a armar la jugada, como si se tratase de un base de dos metros, como si Charles Barkley fuese el armador del equipo, me indicó con el dedo donde quería la cortina y allí fui a cortinarlo, Maxi que lo estaba marcando siguió el trayecto del Sheriff y terminó chocándose contra la cortina que le ponía, el Sheriff avanzaba hacia el aro, ya tenía a tres encima, subió, se elevó para hacer la bandeja y con tres brazos levantándose para incomodarlo, el Sheriff se da vuelta en el aire y me descarga la bola afuera del área, a ocho metros del aro, <<Tuya Pacho!>> me gritó, medí, medí, medí y cuando las miradas de todos dudaron si tiraría o si penetraría, en un acto de inconciencia porque con un doble nos bastaba para ganar, a ocho metros de la victoria segura, tiré. La bola voló en un alto vuelo de suspenso, el vuelo que le quería dar lo estaba tomando, alcanzó la altura máxima en el punto exacto en la mitad del camino, las caras de todos miraban esa última bola que ahora ya caía directamente al aro, la victoria o la derrota, no había tiempo para más nada, la esperanza intacta y la red, la blanca red se sacudió.

No sonó la chicharra, pero la sentí, no había jueces pero sentí el silbato del final, y sobre todo sentí la bronca del rival, a Eduardo tomar la bola con las dos manos y picarla con enojo contra el parquet, a los Eduardo-boys venir a saludarnos. Y ahí lo vi al Sheriff que venía sonriente y haciendo un gesto socarrón con la mano, se acercó a mi <<Gracias por venir valor>> fue lo que le dije mientras lo saludaba felicitándolo por la victoria.

-        No me iba a perder este clásico, ni por el auto roto!
-        Casi nos comen de nuevo, ya me estaba resignando de nuevo cuando llegaste.
-        Si no viene el Sheriff no lo remontamos, estaban cagaditos, ¿eh?
-         Estábamos cagados sí, pero por suerte vino el Sheriff a poner la casa en orden.
-         El Sheriff está en la casa, ¿viste como se quedó el grandote?
-         Tremenda tapa te mandaste, sos un cerdo, encima se la gritaste en la cara.
-         No tanto como vos cuando le gritaste el golazo a Eduardo, en la cara.
-         Se lo merece por flojito, ahora va a quedar más enebrado que después del último partido del año pasado.
-         Pah!, este triple no se lo olvida más.
-         No se lo olvida más.

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