lunes, 31 de marzo de 2014

Carta al abanderado de la moralina

Me tocó nacer en la densa selva del individualismo, ahí probablemente en el mismo mapa en el que naciste vos, y vos y otros tantos "otros vos".
En esa selva me criaron a golpe y porrazo mis progenitores, sin malas intenciones pero con la clara intención de hacerme el ser más independiente posible, no me dejaron absolutamente nada material, me afirmaron valores, creencias, dudas y conciencia, me insertaron responsabilidades por la boca y se clavaron en mi cabeza de manera tal, que llegar tarde a clase a las 7:35 de la mañana, me hacía sentir horrible de mal.

Me enseñaron que afuera de las rejas de mi casa el planeta estaba en guerra, todos irían por ti, por tu puesto en el club, en la clase, en el trabajo, en las notas, por tu novia, por tu auto, por tus cosas, todos querrían lo que tu tenías, solo por que tú lo tenías y ellos no. Y probablemente tu desearías lo que ellos tenían, y para conseguirlo ibas a tener que batallar, con un enemigo invisible pero omnipresente, con un sistema que te arranca las vestiduras por tener y tener más, ¿más que quién? más que él. Había que estar preparado y salir con el cuchillo en la mano, metafóricamente hablando, pero la sangre era real.

Me enseñaron que la única forma de subir sin bajar a nadie, era mantener un código de honor con los demás, sentir que el honor era más importante que tu propio culo, sentir que las consecuencias de nuestros actos son también responsabilidades y que nada puede llevarnos a hacer caso omiso de lo que nuestros actos nos devuelvan. Crecí entendiendo que uno cosecha lo que siembra, y que si bien, nuestros actos hablan mucho más fuerte que nuestras palabras, nuestras palabras pueden allanar el camino, y enaltecer aun más nuestros actos.

En ese código de honor en el que viví hasta el día de hoy, estaban las mentiras incluidas en el día a día, las excusas, la falta de moral y ética en cualquier asunto. El mismo honor es quien nos lleva a mentir para socorrer una situación, pero el mismo honor es también, el que nos permite no mentirnos a nosotros mismos, enseñarnos a diferenciar lo que es una mentira circunstancial a convertirse en un acto de mitomanía. En ese código de honor mentí por mi, por mis llegadas tarde, por mis faltas, por mis entregas tarde, por zafar de un chancletazo, de una buena cachetada, de una paliza, y por todo eso, por los demás.

Pero un día me tocó salir a peinar la calle, y todo ese duro código de honor al que fui expuesto y motivado a cumplir desde muy pequeño, y que mucho no entendía como funcionaba, comenzó a hacerse notar. Ahora mis jefes, que querían personas super-productivas que trabajaran horas-extra gratis, se encontraban con una persona de productividad normal, que no trabajaba gratis, pero de viejos valores difíciles de encontrar. Mis compañeros, que competían en puestos similares o diferentes, veían en mi un gran tipo, a la vez que un acérrimo rival en la escalera de los escalafones al monte Olimpo. No entendían nada y siguen sin entenderlo.

Yo, sin embargo, a pesar de seguir siendo un ignorante de millones de cosas, entiendo algunas importantes, por que me entrené en la selva del individualismo, aprendí a no ser individualista, aprendí que la colaboración y el conocimiento serían mi salvación, y esas son mis únicas armas. No me vas a ver trayéndole alfajores al jefe, ni batiendo el café instantáneo mientras con la otra mano le doro la píldora y me babéo mientras espero por su "que lindo que sos" o "el puesto es tuyo".

No me vas a ver, por que no compito. Juego en mi propia liga, esa que se mueve en el bajofondo, donde están los bagres, las anguilas, los peces que soportan el agua fría y no se queman ni se marean con las luces, y si por alguna de esas causalidades de la vida me veo mareado por alguna luz, enseguida vuelvo a mi sucucho de barro, a recomponer mis estamentos, a reordenar mis diagramas y mapas mentales. Y vuelvo. Por que no interesa si nos caemos, interesa levantarnos una vez más, siempre.

Como me criaron en la selva, y me criaron un par de tigres que no se agachan por nada ni nadie, entendí que mi trabajo siempre sería no dar trabajo, mi trabajo, entendí que sería dar soluciones que solucionaran algo. Como tuve que nadar en el barro, y así anduviese lento seguir dando brazadas, y como nunca pasé hambre, pero jamás tuve nada gratis, aprendí a encontrar las soluciones que los jefes esperaban a pura entrega y arañazo, soluciones que salían de mi zona de confort, que me cansaban las neuronas, que me dejaban el cerebro en la mano, pero las soluciones solucionaban, funcionaban, y la guerra con los demás, nunca comenzaba.

Además de todo esto, se que no soy el mejor, y en la más grande de las humildades lo digo, no soy el mejor, ni me interesa serlo, si tengo que competir contigo por ser el mejor, ve y corre solo, yo no compito con vos. No compito en menesteres de la vida, por que tu manual es diferente al mío, por que la cobardía no me pone fichas, y la valentía la dejo para mi hija. Soy como me sale, como voy pudiendo, como voy aprendiendo y aprehendiendo -palabra que le gusta a mi amigo Carlos -. Soy fiel a mi mismo, a lo que pensé aquel día y fiel a repensarlo. Seré inmoral, mentiroso, desalineado, lo que quieras, me tiene sin cuidado, por que sabes que la luz me impulsa y eso te da miedo, te hace dudar de ti mismo, no cuentas con el factor sorpresa y yo si.

Sobre todo, querido ser repleto de oscuridad, tengo honestidad, hasta cuando soy el culpable de haberla cagado, siempre cargo con mi cruz de honestidad, por no soportar la culpa, la sombra de la mentira innecesaria, por que me clavaron la responsabilidad de tal forma, que llegar 5 minutos tarde, me repercute en todo un día de malestar. Por que eso es ser digno, y no la mentira en la que te acostumbraste a vivir. Por que eso es ser honesto, y no las pancartas que te gusta vender. Por que eso te hace ser, y no los consejos que no te cansas de verter. Por que éstas no son lecciones de vida, son experiencias y nada más.

Por que para empezar, me basta con ser, y para terminar, me basta con que me dejen ser.

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