domingo, 24 de noviembre de 2013

En tiempos donde todos contra todos

Quedan pocos detalles en los que uno puede adentrarse si le toca hablar de la Segunda Guerra Mundial y los crímenes cometidos por el ejército Nazi contra los ciudadanos judíos del mundo. Si bien la mayoría de los judíos afectados provenían de diferentes partes de Europa, el mundo entero se vio conmocionado y conmovido ante la verificación de una verdad que ya se manejaba en el globo todo. Los Nazis estaban esclavizando judíos, vendiéndolos, torturándolos, y cuando dejaban de servir como mano de obra gratuita, les mataban y tiraban en un pozo al fondo del campo de concentración que luego incendiarían.

Pero hay un detalle que ha sido pasado un tanto por alto, del que personalmente no tenía tanta conciencia. Me imaginaba que algo de eso debía haber existido, pero de alguna forma cansado del tradicional bombardeo de información diciendo siempre lo mismo sobre la Segunda Guerra Mundial, lo dejé pasar. El que no lo dejó pasar y si lo convirtió en objeto de observación y destaque fue Fernando Ramos.
El arte, el arte que domina el mundo, y en este caso, el arte que apareció en los campos de concentración, ¡Vaya que detalle se nos pasaba por alto! .

Sorprendentemente, a lo largo y ancho de las atrocidades cometidas de humanos hacia humanos por ser considerados diferentes, lo que ha triunfado es el arte y el artista. Han existido dictadores, asesinos en masa, censuradores y la lista de calificativos podría seguir, pero ninguno, ni uno solo, ha logrado frenar el arte. El Arte es el sitio donde el que sufre se sabe refugiar, el lugar donde la imaginación se apodera de la realidad y la modela a gusto, vuela alto y de cuervos que se comen cuerpos envenenados por gas toxico saca palomas blancas volando por encima de los cercos alambrados de Varsovia hacia la libertad. Esa palabra que todos masticamos diariamente y que pocos de nosotros sabemos bien en donde se aplica. Esa palabra se vuelve realidad en el arte. Allí donde los límites existen o no, pero dependen de nosotros, allí donde la hoja de papel se convierte en una historia, en un reflejo de lo que sucede, dibujado con una rama carbonizada del último incendio de la última aldea que defendió la línea maginot. Allí donde el dormir y el soñar son los que nos defienden de la realidad, el arte nos devuelve el sentido para querer despertar.

Es ahí en el arte en donde encontramos que este artista se supo refugiar. Vio el hambre, la miseria, todo el trato de lesa humanidad que recibían de los nazis, y vio que no iba a conseguir nada perdiendo su vida por defender al miserable que a la noche le iría a robar el pan. Si, en los campos, muy pocos se ayudaban entre sí, debía existir una parentela de sangre para que alguien se ocupara de ti, o ibas a tener que ingeniártelas por ti mismo. De manera que ponerse a tiro de cualquier nazi por defender a alguien, carecía de sentido. Porque ese alguien quería eso, que te dieran un tiro para tener la oportunidad de cambiar sus gastadas botas por las tuyas, que estaban un poco menos gastadas, pero como dice el dicho “la basura de unos, el tesoro de otros”.

En ese agujero negro de cuasi humanos donde todos contra todos, donde poco importaba ser judío polaco o húngaro, donde en días de guerra los nazis te llevaban a culatazos y en días anteriores a la paz te trataban como un rey. Un artista era una gema del metal más precioso existente, pero vista como mugre ante los ojos del malhechor, y debía mantenerse sucia y mugrienta para que su arte continuara con vida. El malhechor era el nazi, como también lo era  el judío que comandaba en las barracas. El artista sucio de tanta realidad tiraba el lienzo blanco sobre su ángulo de visión y trazaba magia y color a la realidad. Y siempre tan sencillo convidó a los demás, les dio esperanza, les dio fe.

Por eso vivió el artista y su arte en momentos de oscuridad, porque cuando el hambre es el único alimento que existe y no sabemos de otros dioses  más que el humor del día del opresor, cuando la transpiración no es más salada y los pies ya son llagas de caminar por la nieve llevando pilares de madera para armar una vía de tren que traiga más personas al infierno que estás habitando, está el arte. Porque ahí en el infierno hay uno que cambia la realidad para todos, pintando con grises, cantándoles de gris y explicando que los grises también son colores. Y es por eso que el arte triunfa, por que alimenta el alma cansada,  por que llena la vida de colores. Porque en tiempos donde todos contra todos, en tiempos donde nadie escucha a nadie, hay uno o dos, que desde la sombra se dejan ver y saben que “esto no puede durar para siempre”, y que cuando termine, será su turno de brillar eternamente.

Porque hay miles de razones por las cuales nos podemos dejar morir, pero basta solo una para querer vivir. Esa, es el arte.

A esos artistas que brillaron, entendieron, perdonaron, vivieron y viven en paz.

A Fernando que es uno de esos.

Nacho Iglesias Fernández.

Este texto pertenece al libro "Testimonios Oscuros" del artista Uruguayo Fernando Ramos, oficia como Epílogo a la historia "Trazos de un Holocausto". Ha sido un honor a la vez que un placer, haber sido convocado para participar en dicha obra, y mi agradecimiento es tal, que decidí - autorización mediante de Fernando - compartir el texto con todos ustedes.

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